El objetivo de un ataque a un periodista es que la sociedad en la cual se desempeña se quede sin conocer determinada noticia. La agresión no tiene como único propósito causar un daño físico (desde una lesión menor hasta la muerte) o moral (esa amenaza que bloquea, por el miedo que causa, el cumplimiento de la labor profesional), sino que apunta a algo más: que no se sepa algo, que no trascienda determinado hecho, que se asegure la impunidad para el propio atacante o para otros.
Ciertos vacíos son difíciles de llenar, como el del silencio. Lo no dicho, lo no difundido, lo no conocido no se reemplaza por el ruido, por la confusión, por el aturdimiento. El mensaje que está detrás del golpe (real o simbólico) al periodista es alcanzar, precisamente, el vacío. La nada. La no noticia.
El agredido, en definitiva, es la comunidad porque se la privó de información. A la estadística de una determinada cantidad de periodistas muertos o agredidos le falta la carnadura del contexto de los cientos de miles de personas que dejaron de saber lo que pasa.